martes, 8 de junio de 2010

28 de Octubre.

Querida Virginia:

Naciste un 31 de enero de 1989. Cuando te conocí ya tenías 3 añitos.

Siempre fuiste una niña preciosa, con el cabello rociado de sol

y unas esmeraldas bañadas en el mar por ojos…

Fueses donde fueses, eras la niña más bonita, y todos lo decían…

Pero pronto creciste, o más bien, te hicieron crecer.

Tenías que cuidar a tus dos hermanos a todas horas,

aunque eso para ti no era ninguna carga.

¿Te acuerdas el día de la comunión? Tenías 16 años

te pusiste muy nerviosa y te echaste a llorar,

siempre eras tú la que tenía que arreglar las cosas…

¿Y recuerdas las fotos que me enseñaste?

Con tu primer trabajo, de camarera chinita

y tú, como no, con tu kimono, te encantan esas cosas.

¿Sabes? Hasta que no vi las fotos no sabía que las

princesas asiáticas podrían ser rubias y de ojos verdes bañados en mar.

Pero te contaré la semana santa del dos mil ocho;

acabas de comprarte tu coche, viniste corriendo

a la plaza para que pudiera verlo,

jamás te había visto tan contenta,

parecías niña otra vez,

aunque lo que me enseñabas demostrase que no.

Después de esos días, hablamos otras veces,

siempre contándome lo mucho que te gustaba

disfrazarte todos los días de chinita.

Y… llegó el 28 de octubre de dos mil ocho…

Salí de clase, y recibí una llamada…

No me lo podía creer… no asimilaba lo que me decían.

¿Cómo podía asimilarlo después de hablar contigo unos días antes?

Pensé en semana santa, en cómo me enseñabas lo que

unos meses después se convertiría en tu propia tumba.

Cogí mi reloj, y atrasé el reloj, lo puse en el día 26…

Y esperé despertarme y que todo hubiese sido una pesadilla;

pero el tiempo no se puso de mi lado,

todo se hacía mas real a medida que me acercaba a Madrid.

“Llovía demasiado, pero no hizo caso” fue lo que escuché nada más llegar.

Seguía sin creérmelo… seguías pareciendo esa princesa asiática

gastándome una broma de mal gusto, esperé a que despertaras,

pero me dijeron que teníamos que irnos y yo seguía sin comprender.

Pasaron los días, pero era como si todo se hubiese parado,

el dolor era el mismo, parecía que era ahora cuando el reloj me hacía caso.

Durante todos los meses maldije al azar, al destino, a la alineación de planetas,

a todo lo que podría habérteme arrancado de las manos.

Hoy es 28 de octubre de dos mil nueve… hace sol fuera

pero no dentro de mi, en mi cabeza sigue haciendo el mismo tiempo

que me dejaste; cuanta ironía ¿verdad?

Llevo un año quitando el 28 de octubre de mi calendario,

me gustaría que no hubiese existido ese día,

así podrías seguir enseñándome tus fotos de chinita.

Te echo de menos prima.

No nos olvides, nosotros no lo haremos. Cuídate.